ESPECIALIDAD EN INCLUSIÓN E INTEGRACIÓN EDUCATIVA
Es un hecho que la sociedad ha cambiado, que vivimos
en una transición que se manifiesta como
una renovación permanente, un reinicio, donde la incertidumbre, la ausencia de
óptimos fijos, la creciente diferenciación de los actores, la heterogeneidad o lo diverso
aparecen como nuevo y fundacional. Esto provoca la transformación de las
instituciones socializadoras reconfigurando la producción y transmisión de los
mensajes culturales que generan la adhesión y cohesión social necesaria para el
funcionamiento de la colectividad. Se trata hoy, de conciliar la diversidad con
la diferencia, es decir, el derecho a ser distinto y con el ser en el mundo de establecer una vieja y
deseada interconectividad entre igualdad, diferencia e inclusión.
Una institución clave para lograr la inclusión y
equidad es, sin duda, la escuela, que asume dos funciones:
- La
función integradora a través de la promesa de permitir a todos el acceso a
los códigos de la modernidad, es decir, producir y reproducir un patrón
cultural común; y
- Como
instancia socializadora responsable de la transmisión, legitimación y
adhesión de los mensajes culturales de los patrones de conductas exigidos
para la integración social.
En este contexto se
requiere reconfigurar las funciones de la escuela moderna para lograr la
integración social y cultural debilitada, por la ruptura de los discursos
modernos que se definieron en oposición a la diferencia. Hoy se trata de
cultivar la diversidad y reducir la desigualdad, de aceptar al otro como
fundamento de la inclusión. La inclusión aparece como la expresión de poder vivir juntos a
partir de lo que nos hace iguales y de lo que nos hace diferentes, es una
disposición unificadora. La escuela debe ser parte activa de este cambio
cultural que geste nuevos patrones
éticos y de convivencia social.
La diversidad es una realidad con la que
debemos convivir en la escuela y fuera de ella, para ello debemos comprenderla
como un valor a potenciar y a promover, puesto que es en la diversidad donde se
encuentra el respeto mutuo, la colaboración, el conocimiento donde todos los
miembros de una comunidad son dignos de consideración y estima. (Muntaner,
2000: 5).
En este sentido, la “atención a la diversidad” en el
espacio escolar y áulico ha de generar respuestas institucionales y pedagógicas
para construir sujetos diferentes con el derecho a ser distinto y de ser en el
mundo.
La atención a la diversidad no puede
reducirse a la consideración del alumno escolarmente problemático y a la
utilización de los apoyos especiales para este alumno concreto (...). La
atención a la diversidad promueve la igualdad de oportunidades para evitar la
desigualdad y la discriminación en la educación y en los parámetros de calidad
de ésta. Se plantea decididamente que la
misión olvidada de la escuela es poner en marcha un modelo de formación de los
ciudadanos en el que se permite y se potencie la inclusión de todos en el
concierto intercultural que caracteriza la vida de las sociedades
industrializadas occidentales.” (Muntaner, 2000: 6)
La educación inclusiva plantea el derecho a la
participación de todos aquellos individuos que inciden en el espacio educativo,
institucional y áulico, en el esquema ideal; esta tarea se complejiza y se
dificulta porque la diversidad, la igualdad, la equidad, la diferencia, los
valores que subyacen en este tipo de educación se entienden desde diferentes
dimensiones sociales e ideológicas que dan lugar a prácticas ajenas a la
inclusión.
En el proceso de consolidar una educación inclusiva
como una premisa de las interrelaciones en los ámbitos institucionales,
específicamente en la escuela, consideramos pertinente discutir dos conceptos
que son objetos de la educación inclusiva, pero que en su origen y su
contextualización sociohistórica marcan una especificidad de su uso en los
discursos y prácticas educativas: la diversidad y la diferencia.
Con la sociedad moderna emerge la noción de
diversidad, que desde la perspectiva epistemológica implicó un “nuevo” enfoque
en el estudio del ser humano, que se centra en la investigación de las
múltiples dimensiones en las que las personas presentan diferencias en función
de contextos diferenciados y diferenciadores, a través de las miradas de
diversas disciplinas como la antropología, la sociología, la psicología, etc.
La diferenciación, la individualización y la fragmentación que caracteriza a
las sociedades modernas, las obliga a construirse y a definirse a sí mismas a
partir de un mundo de posibilidades y respuestas; por lo que la diversidad
aparece como un elemento estructural de la realidad social moderna.
Aun cuando la diversidad es un concepto que reviste
una serie de bondades, el desarrollo de la misma sociedad moderna ha contribuido
a un uso tergiversado y deformado de ella, de tal manera que se argumenta que
todos somos diferentes, pero iguales, idea que se aleja de la defensa de los
derechos de todo hombre, con independencia de su clase social, género, origen
étnico. Los discursos sobre la diversidad en el ámbito educativo y pedagógico,
con un rápido consenso en torno a ellos, han ocultado o restringido la
discusión en torno a tres cuestiones, que pueden dar luz a otras respuestas,
necesariamente inacabadas, en tanto que los argumentos están en constante
construcción.
Estas cuestiones, traducidas en preguntas, son de
acuerdo a Carlos Skliar (2008), las
siguientes:
·
¿En qué sentido es posible afirmar que la diversidad
es un discurso más o menos completo, esclarecedor o revelador acerca del otro,
de la alteridad?
·
¿Qué sugiere la identificación recurrente que se
produce entre diversidad, pobreza, desigualdad, marginación, sexualidad, raza,
clases sociales y discapacidad? ¿Cómo se conjuga diversidad con igualdad en el
espacio pedagógico y social?
·
¿La diversidad ofrece una perspectiva de cambio en
la cultura política y los espacios pedagógicos? ¿Cambia la educación que
sostiene la homogeneidad hacia la diversidad?
En la dimensión práctica, la diversidad dirige la
palabra y la mirada hacia los extraños, que son los diferentes, que poseen
atributos que hay que denotar y remarcar y termina imponiendo la figura del
otro cuya imagen desgastada es la que defienden las instituciones educativas;
imagen que hace sospechar si “el otro” puede ser tan humano como nosotros, ¿son
cuerpos los cuerpos paralizados? ¿Es lengua lo que usan los sordos o lo que
hablan los indígenas? ¿Es lectura lo que realizan los ciegos? ¿La forma de
aprender de los que tienen problemas de aprendizaje, es en verdad aprendizaje?
Ante estos señalamientos, los discursos de la diversidad sólo reproducen y
sostienen una lógica dual entre el nosotros y el ellos.
La
diferencia no se relaciona con la designación de sujetos diferentes, “es, ante
todo, una suerte de atención, de vigilia (ética) que pone bajo sospecha el
anunciado y el enunciado del nosotros”
(Skliar, 2008:188); el problema no es en qué son o cómo son las diferencias
sino en cómo se inventa y reinventa cotidianamente a los diferentes; por lo que
es necesario apuntalar una educación que no sólo hable de la diversidad, sobre
el otro, sino de conversar con el otro, y que los otros converse entre ellos
mismos; una educación que no empequeñece al otro, que no pretenda igualar la
desigualdad, sino que se visualice como un saber inacabado e inesperado, como
una tensión constante entre formas de mirar que pueden ser de complicidad o de
acompañamiento.
La defensa de la inclusión no debe ser en oposición
a la exclusión, sino de un sistema educativo, político, cultural y lingüístico
que no perpetúe el orden y el control sobre los otros; que atienda a la
irrepetibilidad del sujeto que, puede ser igual a otro u otros en muchos
aspectos, pero no deja por eso de ser idéntico sólo a sí mismo, lo que implica
ir más allá de la atención de las necesidades educativas especiales y
específicas.
La educación inclusiva, en este proceso, tendría que
rebasar la tolerancia, sustentada en una relación de poder, para contribuir a
una sociedad de convivencia, al desarrollo de competencias sociales y de
convivencia, distinguir entre la idea de diferencia y la de diferentes, “se
trata de poner en relieve las diferencias sí, pero no como atributos de algún
sujeto o un grupo de sujetos. […], las diferencias siempre están en relación y
ahí no es posible determinar quién es el diferente”. (Skliar, 2008:121).
La tolerancia, se entiende como la aceptación del
otro, con cierta resignación; implica una actitud pasiva, relajada, que resulta
indiferentemente positiva frente a la diferencia; el reconocimiento de los
derechos de los otros; es una actitud hostil que se establece en relación con
la existencia y la experiencia del otro. El principio del reconocimiento, se
sustenta en la idea de homogeneidad, no localizado necesariamente en la
dimensión de las diferencias. Skliar, recuperando a Walzer (1998), en el
Tratado de la tolerancia, señala que es:
Una
tolerancia posmoderna, que opera en otro nivel, al instalar dos tipos de
cambios discursivos: el primero, en el nivel de las representaciones de las
identidades, y el segundo, en el nivel
de las espacialidades del “yo” y del “otro”, del “nosotros” y “ellos”. En el
primer caso, se sugiere la existencia de una transformación radical en la
habitual oposición entre “nativos” e “inmigrantes”, disolviéndolas en la idea
de ser nosotros, […], ser todos otros. En segundo lugar, pues se supone que ya
no puede mantenerse la separación del “yo” y del “otro”, en la medida en que
todo es diferencia, todo es alteridad: alteridad de mí y alteridad en el otro,
alteridad en nosotros y alteridad en ellos. (Skliar, 2006:106)
La responsabilidad de una convivencia educativa
requiere la confrontación con la infertilidad de los planteamientos
jurídicos-educativos y con los discursos integracionistas o inclusivos que se
obsesionan con la presencia de algunos otros que hasta hace poco no parecían
estar dentro de las instituciones. La tarea
de quien enseña a convivir, es responder éticamente a la existencia del
otro. La educación consiste en encontrarse de frente a otro concreto, específico;
con un nombre, con una lengua, una situación, una emoción y un saber
determinados.
La convivencia se construye desde la valoración de
la diferencia de las personas y de las relaciones humanas así como desde la
confrontación y la lucha; esta diferencia, debe ser percibida como
enriquecedora para impulsar una educación inclusiva, en la que se conjugue
igualdad-diferencia, “convivir en un ecosistema humano implica una disposición
sensible a reconocer la diferencia asumiendo con ternura las ocasiones que nos
brinda el conflicto para alimentar el mutuo crecimiento” (Restrepo, 1999: 142).
Para cumplir con esta tarea, la educación inclusiva
debe partir de las diferencias, y superar la idea que a través del proceso
educativo favorece la igualdad de oportunidades al entender que las diferencias
son únicamente achacables a las diferencias individuales de cada persona.
A través de esta especialidad, se busca promover
desde la escuela un conjunto de
pensamientos, sentimientos actitudes y valores que pauten las relacionales con
el otro y con los otros dentro del marco establecido, es decir, fomentar una
cultura y educación cívica que tenga por contenido esos pensamientos, actitudes
y valores como expresiones de una sensibilidad inclusiva. Sólo así, individuo y
colectividad social logran ser parte del mismo proceso y van gestando la
conciencia del otro. Se refiere a la construcción de un:
orden social basado en la equivalencia” por
ende, supone avanzar en la superación de las condiciones materiales y simbólicas
que están en la base de la dominación, y esto es más que respetar las
diferencias; esto supone la incorporación en las relaciones sociales de
reciprocidad entre distintos dentro de un marco de respeto en la justicia y la
integración social.” (Corti Ana, 2000:102).
La organización curricular de esta especialización
responde al diseño general de la Maestría en Educación Básica, es decir, se
estructura a partir del sistema modular que es una concepción que integra
diferentes disciplinas a partir de la solución de problemas, en la que la
articulación teoría práctica adquiere concreción a partir de los objetos de
transformación (problema). Las ideas
orientadoras del sistema modular son: búsqueda de la unidad teoría y práctica;
reflexión sobre problemas de la realidad; desarrollo de procesos de
aprendizaje, a partir del trabajo del estudiante sobre el objeto de estudio y
la interrelación de los contenidos y experiencias del módulo con las demás
Unidades del currículo.
La especialización
se estructura en tres módulos:
Módulo I: Políticas Educativas: integración e
inclusión
Módulo II: Prácticas
inclusivas y Mediación en el aula
Módulo III: Atención para y en la diversidad en
la escuela.
Skliar, Carlos (2008).Conmover
la educación. Ensayos para una pedagogía de las diferencias. Buenos
Aires-México. Noveduc.
Fuentes de
consulta
Corti, Ana Maria. (2000). Socialización e integración
social, en Revista Fundamentos en
Humanidades, diciembre, año/vol. 1, número 002. Universidad Nacional de San
Luis, San Luis, Argentina.
Muntaner, Joan. (2000). La igualdad de oportunidades en
la escuela de la diversidad en Profesorado. Revista de Currículo y Formación de
Profesorado, año/vol.4, Número 001. Universidad de Granada. España.
Restrepo, L.C. (1999). El derecho de la ternura. Bogotá. Arango, editores.
Skliar, Carlos (2006). La educación [que es] del otro. Argumentos y desierto de argumentos
pedagógicos. Buenos Aires-México. Noveduc.
* Tomado de: PÉREZ
Gutiérrez, Teresa de Jesús & GUZMÁN Chiñas, Maricruz & MELÉNDEZ Pérez,
Cynthia (“n.d.”, Documento de diseño
de la Especialización “Inclusión e Integración Educativa. México: UPN, pp.3-8.