“Convivir aprendiendo en el aula”*
 
Norberto Boggino
 

 

 

1. Construcción de lazos sociales y convivencia en el aula

 

Durante las últimas décadas, como hemos expresado, la escuela y el aula fueron sacudidas por diversos atravesamientos fruto de políticas de exclu­sión, por nuevas pautas culturales propias de la pos-modernidad y por la pro­funda crisis económica y social. Atravesamientos que han cuestionado el ideal de escuela como lugar de encuentro, armonía y libre de conflictos. Los procesos estructurales y coyunturales han impactado fuertemente en los modos de organización social, institucional y familiar, y han roto las redes sociales, a la vez que han generado nuevos sentidos y modos de expresión de la violencia en el ámbito escolar.

 

Al transformarse estructuralmente las condiciones sociales y materia­les del contexto hace que los escenarios institucionales de la escuela sean atravesados por fenómenos de malestar, conflicto y crisis[1]. Muchos de los cuales violentan[2]:

 

§   la escuela y los procesos básicos de enseñanza y aprendizaje;

§   la función socializadora de la familia;

§   la necesaria relación entre ésta y la escuela,

§   y, por sobre todo, violentan los vínculos sociales y pedagógicos que constituyen el fundamento de todo proceso educativo"[3].

 

La escuela debe propiciar formas de relación y mecanismos de convivencia que posibiliten (re) construir pautas de socialización, que (re)generen lazos sociales, a la vez que articulen nuevos sentidos para un saber estar en el mundo.

 

En este contexto, consideramos que el aula puede ubicarse como el esce­nario por excelencia para convivir aprendiendo y enseñar conviviendo.

 

Es importante generar acciones en el aula para que los alumnos y los docen­tes puedan reflexionar y analizar situaciones conflictivas contemporáneas e históricas, situaciones cotidianas en las que ellos mismos estén involucrados, situaciones directas e indirectas, simbólicas y físicas, próximas y lejanas, e intentar la búsqueda de alternativas no violentas en la cotidianeidad del aula con el propósito de construir lazos sociales.

 

Según nuestras investigaciones[4], hasta en las escuelas con mayor grado de organización institucional y que operan predominantemente sobre la base de consensos, las mayores diferencias y dudas giran en torno a: cómo y cuándo trabajar las normas y valores en el aula, cómo abrir espacios especí­ficos para Información de los alumnos y, fundamentalmente, en torno a los modos para generar cambios de actitudes y prevenir problemas de disciplina o de violencia, particularmente aquellos referidos a la violencia simbólica, como, por ejemplo, la intimidación, la agresividad y el hostigamiento.

 

Toda práctica social está siempre delimitada por normas y valores, y en ella siempre se manifiestan: actitudes y conductas, conocimientos e ignorancia, afectos y pensamientos, creencias e ideologías. Por lo tanto, si no se trabajan conciente y sistemáticamente y con una intencionalidad pedagógica que tienda a promover convivencia, se corre el riesgo de generar, en la misma práctica pedagógica, valores diferentes a los propuestos. Los docentes ten­drán que trabajar los contenidos actitudinales en todo momento, deliberada­mente, y en el marco de proyectos áulicos e institucionales.

 

Pero lo paradójico es que no siempre coinciden las normas sociales y los valores de los alumnos con los de los docentes, y los de éstos con respecto a los institucionales. Razón por la cual la normatividad escolar será valorada de diferentes maneras y cada uno de ellos la expresará a través de determina­dos juicios y actitudes que le son propios.

 

Lo cierto es que no es común que los valores, la ideología e, incluso, la con­cepción epistemológica de los docentes y directivos sean convergentes, y lo mismo ocurre con los alumnos, quienes provienen de sectores sociales dis­tintos; por lo cual, no pocas veces se presenta una situación controvertida tanto para los alumnos como para los docentes. Pero es, justamente, a partir de la visibilización de las controversias, las tensiones y los conflictos, desde donde se puede plantear la práctica áulica e institucional, y no trabajar con los pará­metros con los que se enseñó tradicionalmente, desde donde se transmiten conocimientos prefabricados y se utilizan premios y castigos para conseguir que los alumnos den respuestas correctas, como si éstos fueran recipientes que se limitan a contener lo que se vierte en ellos.

 

Las normas sociales sólo pueden hacerse propias cuando cada uno las (re)construye, de la misma manera como (re) construye los contenidos conceptuales, y procedimentales.

 

Las normas sociales no se aprenden por la mera transmisión que reali­zan los docentes sino que son (re)construidas en su interacción con otros, al crear y coordinar relaciones significativas. Cuando se favorece el inter­cambio de: puntos de vista, sistemas de creencias y pautas culturales entre los alumnos para la toma de decisiones, se favorece la construcción de una moral de autonomía.

 

Proponemos que la práctica educativa apunte a generar una moral autó­noma, de tal modo que los alumnos puedan gobernarse por sí mismos, en fun­ción de criterios, normas y valores propios. De lo contrario, nos encontramos con alumnos heterónomos, con alumnos pasivos y obedientes, lo cual no sola­mente no facilita la construcción de la convivencia sino que la dificulta, en tanto no les permite establecer relaciones significativas entre los puntos de vista distintos en la toma de decisiones.

 

Por su parte, los premios, los castigos y las recompensas refuerzan la heteronomía e impiden la construcción de la autonomía. Los docentes suelen utilizar este tipo de estímulos para que los alumnos se comporten bien, pero lo que no lograrán de este modo es que los alumnos construyan genuinamente normas sociales y valores y, por lo tanto, no lograrán cambios genuinos en sus conductas y actitudes. Los alumnos suelen realizar las tareas u obedecer sólo por la recompensa o por miedo al castigo. Se ejerce así el poder de los adultos que logra gobernar a los niños según sus propios deseos y mantener a éstos obedientes y heterónomos, ejerciéndose, más allá de las intenciones, actos que suelen tener efectos violentos e, incluso, pudiendo generarse deter­minado clima áulico o institucional y ciertos modos de relaciones vinculares que pueden producir hechos de violencia o indisciplina.

 

No es a través de la obediencia que se adquieren las normas sociales y los valores, y mucho menos el modo en que se construye la convivencia en la escuela, sino a través de la cooperación, y el intercambio de puntos de vista, pautas sociales, creencias y conocimientos, en el marco de relaciones no coactivas.

 

Por lo tanto, proponemos plantear la práctica educativa desde una postura ética y fundarla en el respecto por la diversidad de opiniones, de ideologías, de creencias, de costumbres; en el respeto por la historia singular de cada alumno y, en ello, por los conocimientos e ignorancia. En suma, fundar la práctica en el respeto por el otro.

 

Ello implica trabajar cotidianamente e involucrarse mutuamente entre docente y alumno en el marco del respeto mutuo y "abrir el aula" para que éstos puedan (re)construir sus propios conocimientos, normas y valores. Y ello supone, a su vez, por parte del docente, un corrimiento del lugar de quien todo lo sabe y todo lo puede y favorecer el intercambio entre los alumnos a partir de problemas comunes que tendrán que resolver en forma cooperativa. Una tarea que los obliga a diferenciarse, a escuchar y aceptar la postura del otro, a tomar decisiones por sí mismos y alcanzar acuerdos.

 

El respeto por el otro constituye un pilar sobre el que tiene que sostenerse toda práctica social.

 

Proponemos fundar la práctica áulica en la diversidad y tratar de generar alumnos autónomos que puedan crear libremente y gobernarse por sí mismos. Proponemos construir convivencia a partir de (re)generar lazos sociales. Y, todo ello, en el marco de la escuela como organización, tiene que fundarse en el consenso y en la ética lo cual supone diferenciar y aceptar la diferencia como un valor para no discriminar y para no generar malestar, conflictos o situaciones violentas.

 

2. Relaciones entre motivación y sentido de los aprendizajes para los alumnos

 

La construcción de la convivencia no es una tarea simple sino que conlleva un complejo proceso donde, además de lo planteado precedentemente, con­sideramos relevante no sólo ubicar al alumno en el centro de la escena en el aula, sino también generar propuestas que tengan sentido para éstos. La moti­vación constituye una de las condiciones necesarias para que los alumnos alcancen aprendizajes con fuerte significatividad social e individual, a partir de las relaciones que establezcan entre lo que ya saben, entre sus normas y valores, sus sistemas de creencias, y el nuevo material que se ofrece como objeto de conocimiento.

 

Una de las primeras condiciones para que un alumno se sienta motivado es que pueda atribuir sentido a lo que realiza. Nadie podrá sentirse motivado por aquellas situaciones que carecen de sentido para él

 

La posibilidad para que un alumno pueda atribuir sentido a una propuesta del docente o a una acción específica está relacionada con:

 

§   su sistema de valores,

§   su sistema de creencias e ideología,

§   sus propios saberes,

§   la distancia cognitiva entre la complejidad de aquello que tiene que aprender y su competencia cognitiva,

§   su actitud ante los aprendizajes y la enseñanza,

§   la valoración que tiene de los aprendizajes escolares, de las acciones del docente y de la escuela,

§   el modo en que se le presenta la situación de aprendizaje y la consi­guiente posibilidad de atribuir significados,

§   la posibilidad de partir de situaciones reales y contextualizadas,

§   la significación social del material objeto de aprendizaje,

§   el valor de uso de aquello que tiene que aprender,

§   y, fundamentalmente, el margen de decisión que tenga el alumno para la elección de temas a investigar, y para construir y reconstruir el objeto de conocimiento.

 

Se trata de un conjunto de condiciones que pueden llevar a los alumnos a implicarse activamente en un proceso de construcción conjunta de signifi­cados, normas y valores y, por añadidura, de construcción de convivencia, siempre que la tarea y los modos de realizarla logren despertar el interés por las situaciones de aprendizaje.

 

En este contexto, hay que tener en cuenta que en numerosas ocasiones es posible organizar la enseñanza de tal modo que los alumnos encuentren sen­tido a su labor al adoptar una actitud activa, comprometida y participativa. Es el alumno quien tiene que transitar su propio camino de aprendizajes.

 

Un alumno desmotivado o, simplemente, una situación que no posibilite otorgar sentido por parte del alumno, puede producir malestar o dificultades que se expresen en el ámbito de la conducta, al negarse la posibilidad de otorgarle significación propia.

 

3. La evaluación sistemática y la plasticidad de la práctica del docente

 

La interacción social y cognitiva determina que las acciones del docente puedan devenir en ayuda pedagógica que posibilite que el alumno otorgue sentido y significados a los aprendizajes. Pero para que se produzca una interacción educativa adecuada tiene que generarse un marco de aceptación, respeto y confianza mutua entre los alumnos, donde se favorezcan las interrelaciones y un clima grupal facilitador, donde las intervenciones pedagógicas partan de la evaluación de las posibilidades de aprender de los mismos con el propósito de generar conflictos socio-cognitivos, y donde los alumnos sean guiados hacia la construcción de nuevas alternativas superadoras.

 

La evaluación constituye una condición necesaria para que los alumnos otorguen sentido a sus aprendizajes, por posibilitar al docente indagar los saberes, las normas, los valores y las pautas culturales de ellos. Todo ello le permite al docente conocer los progresos alcanzados en el proceso de aprendizaje y los obstáculos que se les presenten a los alumnos y, de ese modo, plantear determinadas estrategias didácticas y ajustar sus intervenciones pedagógicas.

 

Sólo a partir de la evaluación del proceso de construcción de conocimien­tos, el docente podrá contar con indicadores válidos para nuevas interven­ciones. Indicadores constituidos por los saberes, errores y obstáculos que se presentan, sin los cuales sus acciones pueden perder sentido para el alumno y dificultar la posibilidad de otorgarle significados y que, de contar con ellos, por el contrario, facilitarían la toma de decisiones para posibles revisiones de las intervenciones pedagógicas y ajustes a las posibilidades y necesidades de cada alumno.

 

Complementariamente a la evaluación, planteamos que las intervenciones del docente requieren de la plasticidad necesaria para adecuarse a las reales posibilidades de aprender de cada alumno, a sus sistemas de creencias, a su ideología, a sus valores y costumbres, etcétera.

 

La actitud flexible del docente constituye otra 'de las condiciones necesarias para lograr que los alumnos estén motivados en el proceso de aprendizaje. Se trata de la flexibilidad necesaria para producir los cambios que se requieran en el proceso, cambios en sus propias acciones con respecto a las propuestas que formule y a las estrategias que utilice, con la finalidad de liberar obstáculos y abordar constructivamente la enseñanza a partir de los errores y aciertos de los alumnos, en el marco de la construcción conjunta de significados.

 

En suma, la evaluación sistemática y la plasticidad de la práctica del docente, son condiciones necesarias para que los alumnos otorguen sentido y significados a sus aprendizajes y, consecuentemente, que estén motivados, al adaptar la currícula a los alumnos, y no al revés.



* Fuente: BOGGINO, Norberto (2007). Cómo prevenir la violencia en la Escuela. Estudios de casos y orientaciones prácticas. Argentina: Homo sapiens ediciones. Pp. 83-88.
 
[1] Sugerimos ver los casos analizados en la Tercera Parte de esta obra.
[2] Como ejemplo de lo planteado puede verse el análisis del caso Facundo y el análisis del caso de la Escuela Aurora (Capítulos Uno y Dos de la Tercera Parte de esta obra).
[3] Garay y Gezmet, 2000: 06.
 
[4] Nos referimos a la investigación que llevamos a cabo en el marco del CIUNR (Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario), particularmente en el caso de la Escuela Ausejo.